Es el primer beato puertorriqueño y fue beatificado el 29 de abril del 2001 por el B. Juan Pablo II.
Nació en Caguas el 22 de noviembre de 1918. Fue el segundo de cinco hermanos. Carlos Manuel se dedicó por entero a Dios como un laico al servicio de la Iglesia de Cristo. Fue un iluminado por su fe en la Resurrección y su amor profundo al Misterio Pascual. "Vivimos para esa noche", llegó a decir hablando de la Vigilia Pascual. Tuvo que interrumpir sus estudios a los trece años por una colitis ulcerosa. Sólo pudo estudiar un año en la Universidad de Puerto Rico, pero con promedio excelente a pesar de las ausencias causadas por su enfermedad. Trabajó como oficinista y traductor de documentos en la Estación Experimental Agrícola de la UPR. Gastaba parte de su sueldo en producir y reproducir artículos religiosos, sobre todo Liturgia.
Realizó su principal labor apostólica en el Centro Universitario Católico en Río Piedras, promoviendo entre sacerdotes, religiosos y laicos la importancia de la liturgia, sobre todo del Misterio Pascual, fuente inagotable de Gracia. Charle, como le llamaban, se distinguió, por su espíritu universitario y ecuménico, en el sentido de universal. Hombre de una memoria prodigiosa, un delicado sentido del humor y una vivacidad que no parecía natural a su condición de salud. Charle compartió su fe y su amor por la liturgia con todos los que conoció. Como fundador del Círculo de Cultura Cristiana, transmitió un pensamiento de perfecto equilibrio cristiano entre lo natural y lo sobrenatural, lo antiguo y lo moderno. En una descripción del círculo escribió: "Necesitamos católicos despiertos al momento actual [...] Católicos del presente, que sepan nutrirse del pasado, pero con los ojos puestos en el futuro."
No descuidó su responsabilidad social, sino que se informaba y educaba a otros sobre política y problemas sociales, en torno a la visión cristiana de estas situaciones y sus soluciones. Todos los testimonios a su favor dan cuenta de su actitud de serenidad y fortaleza ante la enfermedad. De hecho, Charle no daba señas de su enfermedad ni el gran dolor físico que le causaba. Vivió en un silencio heroico su enfermedad que culminó en un cáncer terminal.
A finales de 1962 se le detecta cáncer en el recto. Estando ya muy enfermo, dijo a su hermano monje benedictino: "Me voy a morir y no estoy preparado". A esto le siguió un período de oscuridad espiritual en el que sentía no encontrar al Dios al cual se había dado enteramente. Tiene una cruenta operación el 12 de marzo de 1963. Sólo unos días antes de su muerte encontró la paz de Dios. Muere en olor de santidad el sábado, 13 de julio de 1963.
Nació en Río Piedras el 3 de septiembre de 1897. Fue la hija mayor de cinco hermanos del segundo matrimonio de su padre viudo, que junto a los cuatro hijos mayores del matrimonio anterior, formaban una familia muy unida. El dolor tocó su corazón al enfermar y morir su padre cuando ésta contaba con sólo ocho años y perder su madre tres años más tarde. Vivió un año interna en un orfelinato en Santurce. Consiguió una beca de las Hermanas Dominicas de la Santa Cruz (Amityville) para estudiar en los Estados Unidos. Allí descubre el llamado de Dios para servir a la Iglesia ingresando en esta Congregación a los quince años. Decide estudiar pedagogía para poder regresar a Puerto Rico a trabajar con los suyos.
En el 1916 llega a Puerto Rico a servir en diferentes conventos de su Congregación como maestra. En 1925 es destinada a Yauco donde tres años más tarde la responsabilizan del Internado del Colegio "Holy Rosary" hasta el 1949, siendo además en los últimos seis años superiora de la comunidad. Desde allí, palpando la necesidad material y espiritual de las familias, siente la llamada particular de Dios a hacer algo. Iluminada por el Espíritu Santo y con el consentimiento de sus superiores, inicia una congregación puertorriqueña al servicio de la familia con el lema:"Llevar a Cristo a la familia y la familia a Cristo" y para colaborar con los sacerdotes en la pastoral parroquial.
Su delicada salud no fue obstáculo para llegar a ser una gran alma misionera desde el sagrario. Su confianza total en la Divina Providencia la mantuvo siempre muy clara que esta Obra de Amor era de Dios y Él se encargaría de llevarla a feliz término. De profunda vida de oración, siempre se encontraba con el rosario entre las manos y vecina del Santísimo Sacramento, ya que desde su cuartito contemplaba el sagrario. Desde el silencio de su aposento se convirtió en Apóstol de la familia: orando y sacrificándose por todas las intenciones que le encomendaban. El Señor le permitió beber su cáliz y partió junto a su Amado el 16 de enero de 1993, tras una dolorosa gravedad.
El 15 de octubre de 2001 se realizó la sesión oficial de apertura de su causa en el obispado de Ponce
Nació en Arecibo el 15 de noviembre de 1892. Sus padres fueron José Sanjurjo González y María de la Palma Santos del Toro. El 3 de abril de 1893, la niña fue bautizada en la parroquia San Felipe con el nombre de María Consuelo. El 4 de agosto de 1909, fue aceptada como postulante en las Siervas de María. Viajó a Madrid porque las Siervas de María no tenían en Puerto Rico casa para la formación. El 17 de diciembre de 1913, María Consuelo fue destinada a la ciudad cubana de Manzanillo, y luego pasó a Santiago de Cuba, en donde pronunció sus votos perpetuos el 30 de abril de 1921.
El itinerario apostólico de Madre Soledad Sanjurjo Santos,S. M. es muy amplio. Desde octubre de 1921 hasta 1925 vive en La Habana, en donde se desempeña como Procuradora General. Durante diez años fue la Secretaria y Consiliaria de la Congregación. En 1939 es nombrada Superiora de la casa de Matanzas. En noviembre de 1943 llegó a Manzanillo como Superiora. En 1947 llegó a San Juan de Puerto Rico como Superiora, y el 20 de julio de 1950 es nombrada Superiora Provincial de las Antillas y se traslada a La Habana. Fue reelecta en 1954 y cesó en 1959, año en que pasó a Puerto Rico como Superiora. Cuando se trasladó la sede de la Casa Provincial de las Siervas de María de las Antillas de La Habana a Puerto Rico, en 1962, debido a la situación adversa imperante en Cuba, la Madre Soledad Sanjurjo fue electa Madre Provincial hasta junio de 1966.
Madre Soledad Sanjurjo vivió y sirvió en Cuba un total de 40 años. Sus últimos años los vivió en servicio humilde y sencillo: con una observancia ejemplar, cosiendo la ropa de las hermanas, asistiendo a los enfermos de la casa y orando en la capilla. Es un tesoro de virtudes, modelo de edificación para la comunidad y de entrega a la voluntad de Dios. Murió en San Juan el 23 de abril de 1973, dejando una estela de virtudes y testimonios elocuentes.
El 24 de febrero de 2004 se realizó la sesión oficial de apertura de su causa en la Catedral de San Juan.
Nació en Onzillon, Francia, el 17 de septiembre de 1885. Había ingresado hacía poco tiempo en la Congregación de los Hermanos cuando, por motivo de la persecución religiosa al inicio del siglo XX en Francia, fue obligado a exiliarse.
Cuba fue su patria de elección y allá se quedó del 1905 al 1961, cuando otra persecución le obligó a un segundo y más amargo exilio. En Cuba se adaptó de manera maravillosa, encontrando entusiasta acogida a sus numerosas iniciativas apostólicas.
Fue en efecto el fundador de:
- La Asociación La Salle en 1919;
- La Federación de la Juventud Católica Cubana, masculina y femenina;
- El Hogar Católico Universitario en 1946;
- El Movimiento Familiar Católico en 1953.
De 1961 hasta su muerte, 6 años después, reorganizó entre los exiliados cubanos de New York, de Miami y de Puerto Rico varias Asociaciones. Fue en San Juan de Puerto Rico donde murió el 16 de abril de 1966. De todos esos y de otros permanece aún la santidad diaria; esto es, el haber transformado una existencia sencilla, ligada al lugar y a la simple repetición de gestos y acciones ordinarias, en una donación continua de sí mismos a Dios y a los demás. "La santidad no consiste en las cosas extraordinarias sino en las cosas comunes hechas de manera no común": éstas son las palabras autorizadas con las que Pío XI, como ya lo hemos recordado, ensalzó en grado heroico el "terrible cotidiano".
El 8 de Septiembre del 2000, día dedicado a la Virgen María, bajo la advocaciñon de NUestra Señora de la Caridad, Mons. Roberto González Nieves, OFM, procedió a realizar la apertura official del proceso de beatificación de este hermano lasallista
Nació en San Juan el 24 de octubre de 1790 y murió en su ciudad natal el 5 de julio de 1868. Es una de las figuras más importantes de la educación en Puerto Rico y un icono para el sistema educativo, la historia y la cultura de Puerto Rico. Durante su niñez, Rafael fue educado por sus padres, ya que por ser negro no tenía derecho y por ser pobre tampoco contaba con los recursos para asistir a una escuela. Posteriormente continuó su educación mediante la lectura de libros, principalmente de temas religiosos. Ese mismo interés y afán por el saber y su devoción lo llevaron a dedicar toda su vida a la educación y el bienestar social de los más necesitados.
En 1810, Rafael Cordero abre su primera escuela de enseñanza primaria en su hogar, donde impartía clases gratuitamente a los niños negros y a cualquiera que lo deseara. Atendía a los pobres, quienes, por su parte, no contaban con los recursos para poder recibir una educación formal en alguna de las pocas escuelas que existían en ese entonces. Además de aprender las destrezas básicas, Rafael enseñaba las doctrinas del cristianismo a sus discípulos, religión de la cual era muy devoto.
La fama del buen maestro fue tal que, con los años incluso las familias blancas con recursos comenzaron a enviar a sus hijos a estudiar con él. Así cimentó las bases que hicieron desparecer la esclavitud en Puerto Rico. Muchas de las figuras importantes de la política y la cultura puertorriqueñas del siglo XIX -a varios de los cuales hoy se les llama próceres-, fueron discípulos suyos. Entre éstos, cabe mencionar a Alejandro Tapia y Rivera, José Julián Acosta, Román Baldorioty de Castro y Manuel Elzaburu, entre otros.
Rafael se dio totalmente: su vida, su tiempo, sus energías y todos sus bienes como ofrenda de amor a Dios y a su prójimo, haciendo de su la escuela, cátedra del amor divino. No menor fue su fama de hombre de caridad para con los pobres. Hombre de gran fe y de humildad inigualable decía: "Yo no escribo nada en esta vida porque no quiero recordar hoy el bien que hice ayer. Mis deseos son que la noche borre las obras meritorias que he podido hacer durante el día".
Ocho días antes de morir, el maestro Rafael Cordero estuvo impartiendo lecciones a sus niños. Sabiendo que su muerte estaba próxima, pidió a las autoridades de la Instrucción Pública que continuaran con la educación de sus últimos discípulos, solicitud que fue cumplida. El 5 de julio de 1868, se despidió de sus antiguos alumnos, pidiendo sus oraciones y bendiciéndolos: "Que al pobre anciano que os infundía amor a la instrucción no le queda más que un soplo de vida."
En el año 2004, la Iglesia Católica de Roma, por la petición del Arzobispo de San Juan; Mons. Roberto González Nieves, OFM, comenzó el proceso de beatificación del Maestro Cordero.